Las biopoéticas y el concepto de bioarte desde Latinoamérica

Las prácticas de bioarte latinoamericano “disidente” o biopoéticas pueden anclarse en esta segunda tendencia: al no contar ni trabajar en laboratorios como atelieres, los artistas territorializamos las prácticas y los vivientes de las obras son, en muchos casos, de generación espontánea y no elegidos ni colocados. Estos microorganismos suelen aparecer por no trabajar en ámbitos estériles y por darse las condiciones para vivir que necesitan. Este factor es un hecho interesante, porque, desde este punto de vista, no existe la confinación de seres vivos en la obra artística, sino que son ellos los que eligen habitar los mundos de la obra. Tampoco son descontextualizados, individualizados y aislados: es la praxis artística la que habita el espacio de los vivientes y no a la inversa. Este punto escapa al uso tradicional de la biotecnología y del avasallamiento de vivientes, tal como se da en general en las producciones artísticas biomediales del bioarte hegemónico.

En otros casos, se generan cultivos de vivientes inter-obra estableciendo parámetros ideales para generar las condiciones de bienestar. Esto esquiva las prácticas antropocentristas y considera la ética del cuidado multiespecie entre los vivientes que constituyen las obras. Es indispensable reconocerlos como sujetos para posibilitar el “vivir y morir bien” (Haraway 2019: 19), configurando mundos en conjunto desde un tejido horizontal.

Propongo utilizar el concepto de biopoéticas para referir a este tipo de prácticas más horizontalizadoras y que están más orientadas al devenir juntxs entre vivientes. Retomo el concepto de tecnopoética propuesto por Claudia Kozak para reflexionar sobre la imbricación entre sistemas vivos, tecnología y poéticas sensibles artísticas. Según esta autora, quien toma a su vez el término de poética de Arlindo Machado:


[Las poéticas tecnológicas/tecnopoéticas] se ubica(n) bajo el anhelo de lo abarcador, ya que no apunta(n) a un estado de la tecnología en particular sino a señalar una relación estrecha y estéticamente productiva entre la poesía y los medios técnicos que le dan su materialidad específica, así como al diálogo que la poesía establece con el entramado tecnológico del que surge. A su vez, esta relación es tomada como objeto de experimentación (Kozak 2015: 224).


El término de poética que trabaja Machado en El paisaje mediático (2000) se plantea como un concepto que supera “los límites pragmáticos y comunicativos del lenguaje […]” (134). Si bien ambxs autores hacen énfasis en praxis que involucran lo textual, su concepción radica en la ruptura de fronteras disciplinarias. Esto nos habilita para retomar el concepto y resignificarlo mediante el accionar de seres vivos que operan como agentes generadores de lenguajes no humanos que se conjugan y mezclan con los lenguajes humanos, con todos los aspectos éticos y políticos que dichas relaciones llevan implícitas. Las biopoéticas serían, entonces, transversalidades en las cuales se entrelazan el arte y los vivientes desde políticas del cuidado en torno a territorios y sus materialidades. Desde los cruces disciplinarios que convoca, la tecnología atraviesa las prácticas biopoéticas y, con ello,  se problematiza su accionar y su presencia. Es decir, se pretende utilizar los recursos tecnológicos como facilitadores de relaciones o agentes en sí mismos y no como herramientas de manipulación o dominio de quienes habitan las obras de estas características.

El bioarte puede ser definido como una categoría que involucra las poéticas de lo vivo, abarcando todas las aristas y problemáticas de lo viviente, con todo lo que ello implica. Dentro de él, existe, por un lado, una tendencia colonialista antropocéntrica muy fuerte, en donde prima el laboratorio físico como lugar de poder, mediante la creación de obras artísticas generadas a partir de prácticas de modificación, dominación y manipulación de seres vivos. Por el otro lado, existe una tendencia que incluye prácticas más horizontales, enmarcadas en ámbitos de colaboración interespecie, en las que prima el contexto y se generan vínculos del tipo simpoiético (Haraway 2019). En este caso, los vivientes devienen juntos y co-constituyen las obras artísticas creándolas mediante procesos de cooperación.

Se trabaja deconstruyendo la ciencia hegemónica: no sostenemos las miradas de la verdad absoluta, deterministas, descontextualizadas, patriarcales y económicamente manipulables.


En Latinoamérica, muchos artistas utilizamos recursos y herramientas low-tech (de baja tecnología) como metodología tanto para la investigación biológica como para la creación misma. Este hecho tan político como social nos vale, en muchas ocasiones, ser ubicados en la periferia de la disciplina, haciendo de la diferencia una desvalorización.


[La] relación entre arte y tecnología en América Latina no puede plantearse sino en términos políticos. Cualquier propuesta de este tipo producida en los países de la región lleva implícitas las tensiones entre el paradigma occidental forjado al calor de la expansión tecnológica y la ineludible realidad de las economías y culturas locales, derivativas y marginadas (Alonso 2015: 134).

En las biopoéticas, la naturaleza no es concebida como un agente separado del humano, sino como un todo continuo entrelazado. Los puntos de vista son críticos y decoloniales, y hay una fuerte tendencia al activismo y las prácticas situadas. Además, se propicia la visualización de problemáticas vinculadas a la crisis climática planetaria, la sustentabilidad y los realismos especulativos.


Lxs artistas de esta tendencia asentamos nuestras [...]  prácticas (artísticas y de pensamiento) sobre “discursividades-otras” en relación a las retóricas tecnológicas dominantes. Ya no serían las acciones bioartísticas las que desencadenarían procesos biotecnológicos, sino el embebimiento del sujeto creador en una naturaleza que opera como paisaje –y no como instancia externa a la cual abordar, interrogar o inspeccionar desde prácticas y dispositivos antropocéntricos legitimantes de la ciencia o, incluso, desde perspectivas críticas que, sin embargo, no logran superar el hiato humano/naturaleza (Yeregui 2017).

Las prácticas biopoéticas proponen la reflexión sobre los diferentes habitares y modos de estar en el mundo. A su vez, otorgan visualización a vivientes no-humanxs que desestimamos en la cotidianeidad por una cuestión de escala o invisibilización cultural, presentando otros modos de pensar y vincularse tanto con lo vivo como con el mundo inorgánico y sus intersecciones con el entorno. Las metodologías y semánticas que involucran proponen otras epistemologías, las que buscan sensibilizar, contextualizar las prácticas y dar cuenta de la posibilidad de otras perspectivas más dialógicas con el territorio y con los seres otros.

Las materialidades utilizadas son parte de los mismos territorios a los que se hace referencia: son nuestros contextos y nuestra ancestralidad. Son memoria y absorción de nuestras historias con la biósfera. Son enredos políticos entre cuerpos y entorno.

La concepción de las obras implican procesualidades y laboratorios simbólicos de experimentación y dialogo interespecie.