FÁBULA

La creación es el lugar donde se da la producción de especulaciones estéticas, o bien de fabulaciones en las que no son la narración —conceptual— ni su tema los elementos que aportan sentidos y significados, sino el ornamento (Rancière, 2005; 2009). Es que, antes del concepto, el canto y la danza (2009) son los que nos hacen inteligibles objetos del mundo que escapan a la palabra. Ya decía Agustín que el pensamiento puede existir sin el lenguaje hablado; que, aun con los signos —se refería a los gestos— un niño sin el habla puede pensar (Barbedette, 1976).

 

La idea de fabulación en Rancière recarga la potencia poiética de la literatura en el desarrollo del ornamento que puede nombrar lo que carece de representación. La fabulación se desarrolla primeramente marcando la imposibilidad de asir lo deseado, alcanzándolo sólo por medio de lo que no es, el tallado que rodea la piedra, el ornamento que acompaña la narración literaria. Su invención no conduciría a ficcionalizar lo inexistente, sino a rodear estéticamente, a hacer los bordes para lo innombrado, para lo que no tiene representación simbólica, pero que ya está aquí, como verdad velada (Rancière, 1996, 2009).

 

Interesa retomar la fábula o el proceso de fabulación rancierano y observar que las especulaciones estéticas se dan en dos momentos: el primero es el de la fabulación, es decir, el del proceso de creación del soporte sensible de algo que antes quedaba oculto al pensamiento; el segundo, el de la superficie estética, soporte sensible que se establece como espacio de reflexión, de problematización, o de disturbio (Vilar, 2021) para atender o incluso crear criterios sobre el mundo.

 

El trabajo especulativo estético también aparece en la creación literaria de Donna Haraway bajo el nombre de fabulación especulativa. En el ejercicio escritural que combina reflexión filosófica y reflexión literaria, Haraway da lugar a la creación de imaginarios, de mundos posibles e, incluso, parece decir, de mundos probables, ya que cuando pregunta ‘qué pasaría si’, está creando, al mismo tiempo, una posición o desafío político respecto de un orden de mundo existente, desde otro que puede llegar a existir.

Nombrar desde la ficción, para Haraway, tiene una fuerza real porque, como los gestos especulativos de Debaise y Stengers, logra 'poner el pensamiento bajo el signo de un compromiso por y para algo posible que trata de activarse, de ser perceptible en el presente' (en Torres, 2019: 99). Las propuestas de Haraway no son una mera producción literaria, pues su lenguaje metafórico se construye sobre la base de un entrecruzamiento con la filosofía, de corriente feminista principal, pero no únicamente, y atienden cuestiones metafísicas y ontológicas aplicadas a las discusiones actuales respecto del género, la ecología, la vida social y política.

 

Algunos aspectos de su trabajo me hacen preguntar en qué medida el lenguaje filosófico descansa, en cuanto a rigor argumental, sobre expresiones emotivas y figuras simbólicas que adolecen de ambigüedad, lo que hace difícil profundizar en las implicaciones éticas y filosóficas de algunos postulados. Por ejemplo, hay una invitación a la participación en el último capítulo de su libro Seguir con el problema: Generar parentescos en el Chtuluceno (2019), 'Historias de Camille: niñas y niños del compost'. En estas historias, imagina una nueva forma de nacer o de criarse en simbiosis con otras especies, desde la humana, y una vida familiar con tres progenitores. El subtexto de las historias busca fortalecer la libertad reproductiva y un cuidado por el mundo futuro. Al participar en ellas, uno puede jugar, imaginar vías narrativas según los parámetros antes dados (entre otros), asumiendo un papel crítico, pero dentro de ese universo conceptual. La pregunta que aquí me surge es si es posible la disidencia dentro de ese universo; si es posible plantearse problemas que no queden contenidos en el horizonte narrativo.

 

El cuestionamiento va más allá de los temas de la narración. Me hace preguntarme si, en estas notas que estructuran el presente texto, en esta reflexión acerca de cómo puede darse la unidad del pensamiento, el camino es la indistinción entre símbolo y concepto; o si, por el contrario, la diferenciación requiere de las funciones de cada lenguaje, en cuanto permite reunirlas no por homogeneización de la capacidad de generación de sentidos, sino por la oposición de sus funciones y como por contradicción o contraste.

Rancière (2005) reconoce en el montaje cinematográfico y en el collage artístico el ensamblaje de elementos heterogéneos que, por disputa, discusión o debate, dan lugar a la fabulación. No por similitud, sino por oposición.

 

En el cine de Eisenstein, dice el filósofo —que sigue de Ricciotto Canudo (2003) el Manifiesto del Arte Cerebrista, de 1914, donde se propone que el arte alcanza su propio fondo y donde forma y fondo se vuelven una misma cosa—, la búsqueda del fondo nítido del medio llega a un punto de pureza tal, que la luz de la película es luz real y esta sólo puede observarse en el marco del haz de proyección moldeado por el polvo de la sala cinematográfica. Es decir, en Eisenstein, siguiendo a Rancière, el límite del medio es límite al mismo tiempo de su forma de nominar el mundo.

 

La exacerbación del límite del lenguaje medial revela la necesidad del montaje, del ensamblaje de otros modos de decir que le son imposibles al medio. La fábula no nace sino de la necesidad de nombrar lo que nos rebasa, porque la verdad que se nos impone nos deja frente a ella desnudos, sólo capaces de canto, de danza, dirá Vico (Rancière, 2009).

 

Las acciones narrativas o significantes, acciones puntuales o dirigidas que permiten alcanzar el desarrollo de una historia, pueden distinguirse de una gestualidad gratuita, sin contenido, que es pura forma. Ambas actividades, la significante y la gratuita, en el cine, según Rancière, y en el teatro y la coreografía, según esta tesis, se unen con el fin de realizarse cada una en su contrario; y su finalidad, su realización, es la creación de una fábula, una invención que se abre paso. (Gómez, 2020: 216)

 

En los procesos de fabulación no se busca sustituir, como por niveles de comprensión, el balbuceo por el concepto, sino unir el balbuceo a la necesidad de nombrar lo que queda escondido a la razón, nombrar por medio de contrarios. Asumir el misterio y la urgencia de nombrarlo, paradoja que es la tarea de la especulación.